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martes, 14 de julio de 2020

Los Tres Cohinitos y el Lobo. Tercera Parte.



VI. La Granja de los Cerdos.

Sólo una estrecha franja de cielo rosado en el horizonte separaba las suaves líneas de las colinas de la noche incipiente, revelando el lugar por donde el sol acababa de ocultarse. Rupert volaba en la oscuridad. No podía distinguir los detalles del terreno que tenía debajo, pero sabía que seguía el camino que conectaba a todas las granjas. Podría volar incluso con los ojos cerrados guiándose sólo por su instinto.
Una brisa fresca y el olor del agua le indicaron que estaba llegando al río. Descendió un poco para encontrar el puente sobre el río. Una vez que lo sobrevoló, volvió a elevarse para seguir el camino más estrecho que bordeaba el campo de maíz. No faltaba mucho para llegar a la granja Manor y unos minutos después, efectivamente pudo ver la entrada a la propiedad que se encontraba bloqueada con maderos, rocas, herramientas de labranza y toda clase de objetos apilados en desorden.
Se dirigió al granero y dio una vuelta sobre él antes de posarse en el borde de una de las ventanas superiores. Al verlo llegar, las palomas que dormían en el interior gritaron asustadas y algunas volaron huyendo, sólo para regresar al descubrir que se trataba de un ganso.
Rupert de disculpó por causar el sobresalto, mientras que las palomas volvían molestas a sus lugares en el rincón donde pasaban la noche.
-¿Qué pasa allá arriba?- gritó alguien desde el interior del granero. Las palomas hicieron silencio de inmediato mientras se miraban entre sí aún mas nerviosas.
-¡Palomas!- se volvió a escuchar el grito desde el nivel inferior del granero, pero ésta vez con más fuerza.-¿Qué está pasando?
Rupert se asomó por el borde del piso donde dormían las palomas y pudo ver a un enorme cerdo vestido con pantalones y camisa. El cerdo estaba erguido, sostenido en equilibrio sobre sus patas posteriores. Miraba hacia arriba con gesto feroz mientras movía su prominente hocico olfateando el aire. Cuando vio a Rupert, levantó hacia él una especie de bastón largo y gritó.-¿quién eres y por qué no estás con el resto de los gansos?.-
Rupert se quedó inmóvil mirando al cerdo. Nunca había visto un cerdo con ropa de humanos ni parado sobre sus patas traseras. Sólo recordaba haber visto a otro animal vestido: el pequeño perro de la esposa del granjero. Pero ese perro creía que era humano, así que no contaba.
-¿Estás sordo?- volvió a gritar Mortimer, que era el nombre del cerdo erguido, agitando en el aire el bastón que sostenía con su pezuña derecha. Rupert notó cómo aquel gesto de agitar el bastón provocó que Mortimer perdiera un poco el precario equilibrio y diera unos cuantos pasos hacia atrás y luego hacia adelante para recuperarlo. Con el pico abierto de asombro y aún sin poder hablar, Rupert avanzó un poco hacia el borde de la plataforma donde dormían las palomas, para ver mejor aquel fenómeno increíble
-Escúchame bien, ganso. Baja de inmediato antes de que envíe a los perros por ti.- al decir esto, Mortimer hizo un movimiento con la cabeza y dos perros ovejeros se pararon junto a él mirando hacia arriba. Rupert por fin habló:-Me llamo Rupert y vengo de...- no pudo terminar su respuesta porque fue interrumpido por Mortimer:-¡Baja de una vez!-
Rupert comprendió de pronto que podía estar en peligro y dudó en obedecer al cerdo para salir volando por la ventana, pero recordó el motivo que lo había llevado a la granja Manor (y que había olvidado por completo), y decidió bajar. En cuanto se posó en el suelo del granero frente a Mortimer, éste hizo un nuevo movimiento con la cabeza, y los dos perros ovejeros se acercaron gruñendo. El ganso quiso ser amistoso y se dirigió a ellos: -calma muchachos, no hace falta alterarse.-
Mortimer ignoró el comentario y después de mirar con atención a Rupert por un momento, dijo:-Tú no eres de aquí. Nunca te había visto con los gansos del estanque. ¿Quién eres y qué haces aquí?, responde pronto.
-Como decía, me llamo Rupert y vengo a buscar a un amigo. No quise molestar a las palomas.-contestó tratando de sonar lo más amable posible. No perdía de vista el hecho de que frente a él, los ovejeros seguían mostrándole los dientes.
-¿A quién buscas?- dijo Mortimer todavía con recelo.- No serás un espía de esos malditos granjeros que quieren recuperar la granja, ¿verdad?-
-No, claro que no.-dijo Rupert nervioso.- No conozco a ningún granjero. Sólo busco a un amigo.-
-Bueno, pues si eso es cierto, ahora ya es muy tarde para encontrarlo.- dijo impaciente Mortimer. y luego, dirigiéndose a los perros, dijo: -lleven al ganso al estanque y revisen que todos los animales estén en sus lugares. Ya saben que no debe haber nadie caminando por ahí después del toque de queda.-
Uno de los perros empujó con el hocico a Rupert obligándolo a salir del granero, mientras que el otro se colocó al frente para guiarlo al estanque. Cuando llegaron a la orilla del agua, los perros dieron la vuelta y se alejaron, dejándolo solo. Aún estaba muy asustado. Apenas podía creer todo lo que había pasado. Todas las historias que había escuchado sobre la rebelión de los animales en la granja Manor parecían ser ciertas. El ruido que venía del agua lo hizo recordar nuevamente por qué estaba allí.
En cuanto los perros se alejaron, varios patos lo rodearon y, hablando en voz baja, le preguntaron nerviosos:-¿qué pasó en el granero?, ¿quién eres?, ¿qué haces aqui?-.
Rupert apenas entendía lo que cada uno decía, pues hablaban casi susurrando y al mismo tiempo, pero trató de responder: -Esperen, casi no los escucho. Soy Rupert y vengo de la granja...- de pronto uno de los patos que lo rodeaba se acercó más y casi toco el pico de Rupert con el suyo diciendo: -Tu bandada pasa el verano en la granja del viejo constructor, en el estanque del sur, ¿cierto?. Ahora recuerdo que te he visto ahí.-
Rupert continuó: -Si, de ahí vengo ahora. Estoy buscando a un amigo que también llegó hoy.- Otro de los patos interrunpió de nuevo a Rupert: -No ha llegado ningún pato por aquí desde hace mucho tiempo. Aparte de tí, claro. No creo que tu amigo esté en la granja Manor.-
-Mi amigo no es un pato, es un cerdo llamado José y creo que...- empezó a explicar Rupert cuando se interrumpió al ver cómo los patos se alejaban  y trataban de ocultarse entre los juncos que crecían al borde del agua. Suponiendo que algún peligro había asustado a los patos, trató de seguirlos para ocultarse también, como se lo indicaba su instinto, pero ellos se lo impidieron graznando: -¡aléjate traidor!, ¡viniste a vigilarnos!, ¡amigo de cerdos!, Mortimer te envió a espiar ¿no es cierto?-.
Rupert retrocedió sorprendido por la reacción y sin entender lo que pasaba. -¡Oigan!, esperen-dijo dirigiéndose a los patos-. No entiendo por qué dicen todo eso, pero yo sólo he venido a buscar a José porque sus hermanos, que también viven en la granja del viejo constructor, me lo pidieron. Ellos están muy preocupados por su hermano. Nadie allá lo ha visto y yo creo que vino a la granja Manor porque pensó que podría vivir mejor aquí, ya que los animales tomaron el control. No sé a qué se refieren con eso de venir a espiar o a vigilarlos, ni tampoco había visto a ese cerdo Mortimer hasta esta noche. Yo sólo quiero encontrar a José para regresar a casa.-
Los patos escucharon a Rupert y se acercaron de nuevo, pero lentamente y dudando si creer o no lo que decía. Para ellos todos los cerdos eran iguales: traicioneros, crueles y peligrosos. Y cualquier animal amigo de los cerdos no era mejor. Pero el instinto de ser parte de la bandada era muy poderoso y terminaron por rodear nuevamente a Rupert.
Por unos momentos todos en el estanque quedaron en silencio. Luego, uno de los patos habló de nuevo: -No nos queda mucho aquí. Desde que los cerdos se rebelaron en contra del granjero y convocaron a todos los animales a apoyarlos para "ser libres", las cosas han ido empeorando cada vez mas. Solo quedamos unos cuantos de la gran bandada del estanque Manor. Los que pudieron, huyeron antes de que Gravy, el cerdo que aprendió a usar la escopeta, vigilara el cielo sobre la granja para que ningún ave volara sin permiso, bajo pena de pagar con su vida la desobediencia. Y los que nos quedamos hemos sido sacrificados para alimentar a los perros. Todos sabemos que ese será nuestro destino al final. Los cerdos no dejarán nunca el poder.- dijo sin dirigirse a nadie en particular. Rupert no sabía qué decir. Había escuchado historias acerca de que ocurrían cosas terribles en la granja Manor, pero apenas empezaba a entender qué significaban esas historias.
-No sabía que esto estaba pasando- dijo -lo siento mucho. Había escuchado algo pero no creí que fuera cierto. ¿Por qué no intentaron escapar?-
-Al principio tampoco nos dimos cuenta de lo que estaba pasando -dijo el pato que había hablado antes-. Creímos que los cerdos en verdad querían liberar a todos los animales de la granja de la explotación de los humanos. Si nos unimos, decían, seremos libres para vivir felices y en armonía. Nadie nos obligará a llevar cargas pesadas, no volveremos a ser vendidos a otros humanos, no nos sacrificarán para terminar en la mesa del granjero. Y durante un tiempo, después de que expulsamos a los humanos de la granja, todo estuvo bien. Los cerdos repartieron la comida y el trabajo entre todos. Vivimos felices y nadie pensaba en irse de aquí.-terminó mirando a todos. Luego, dirigiéndose a Rupert, dijo: -Para cuando nos dimos cuenta de que los cerdos eran los nuevos amos y el resto de nosotros seguiríamos siendo explotados por ellos, ya era muy tarde para huir. Ahora nadie puede hacer nada sin el permiso de los cerdos. Mortimer envía a los perros a vigilar que se cumpla el toque de queda por la noche, y Gravy se ha vuelto muy hábil con la escopeta, así que tratar de huir volando es imposible.-
Rupert sintió cómo se le erizaban las plumas por el miedo al darse cuenta de que tal vez nunca saldría vivo de la granja Manor. Ahora, encontrar a José no le parecía tan importante.
El amanecer del día siguiente fue anunciado por el lejano canto de un gallo. Rupert despertó sobresaltado y de inmediato salió de los juncos donde había pasado la larga noche. Apenas pudo dormir algunos momentos imaginando los peores escenarios.
Envuelto aún en aquellos pensamientos, se metió al estanque siguiendo al resto de los patos y estaba a punto de sumergir la cabeza para darse un baño, cuando escuchó un estruendo e instintivamente batió las alas y emprendió el vuelo espantado.
Elevándose rápidamente sobre el estanque, pudo ver que la bandada de patos permanecía agazapada entre los juncos. Entonces recordó lo que había escuchado acerca del cerdo que disparaba una escopeta y descendió para refugiarse también en los juncos. A lo lejos se escuchaban gritos de humanos y animales. Pudo notar que algo extraño pasaba porque los patos permanecían inmóviles y era evidente que estaban aterrorizados. Ahora se escuchaban disparos de escopeta y luego los gritos aumentaron. 
Rupert no pudo contenerse y salió de los juncos para tratar de ver lo que pasaba. Caminó lentamente por el borde del estanque sin animarse a volar por miedo a llamar la atención. La escena que observó lo sorprendió e hizo que todas sus plumas se erizaran de miedo.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Los Tres Cochinitos y el Lobo. Segunda Parte

III. El Encuentro

Cuando la vio salir del corral, no pudo evitar detenerse y observarla con detenimiento. Chucho notó su piel rosada y sus largas pestañas. Era la primera vez que una cerdita le llamaba tanto la atención. Acercándose hasta ella la saludó:

-Hola, soy Chucho. Yo...creo que no nos conocíamos, verdad?.- le dijo nervioso.

Ella se detuvo, lo miró y siguió caminando sin contestar. Chucho la siguió y volvió a insistir: -disculpa, no quise molestarte. Creo que tienes poco tiempo en la granja y quise darte la bienvenida. Cuando uno no conoce a nadie, es un poco...bueno, incómodo, no crees?- Chucho hablaba mientras caminaba al lado de la cerdita. Finalmente ella se detuvo, y sin mirarlo, le contestó: -Conozco a varios animales aquí y ya me dieron la bienvenida en el corral. Gracias de todos modos.-

Chucho la escuchó y luego vio como se alejaba hasta donde estaba el comedero de las ovejas. La siguió observando mientras varias de las ovejas la saludaban. Chucho sólo se dio cuenta de que seguía en el mismo lugar cuando las ovejas rieron señalándolo. Sólo entonces se dio la vuelta y caminó al corral.

Todavía tenía en la cabeza la voz de la cerdita y la imagen de su piel rosada cuando Jacinto lo interrumpió: -Chucho!, ¿no me oyes?. Te pregunté que si no habías visto a José.. ¿Qué te pasa?, lo viste o no.-

- ¿A José?, no lo he visto desde que salió por la mañana. Pero eso qué tiene de raro, siempre desaparece y anda vagando sólo por ahí. Ya lo conoces- contestó Chucho aún distraído- ¿y desde cuándo te preocupas tú por José?- le dijo a Jacinto ya más enfocado.

Jacinto, acostumbrado a los reproches de su hermano mayor, no le dio importancia a uno más y le contestó: -Ya lo he buscado en el estanque grande donde llegan los patos silvestres, pero no estaba ahí y los gansos tampoco lo han visto-.

Chucho notó la preocupación en la voz de Jacinto, algo raro en él por cierto. Luego le preguntó: -¿Lo buscaste en la valla que colinda con el bosque? A veces recorre todo el cercado de la granja y se detiene en ese lugar.- Chucho conocía muy bien la rutina diaria de sus hermanos. Era parte de su propia rutina saber dónde y qué estaban haciendo la mayor parte del tiempo.

- No se me ocurrió buscarlo tan lejos. Además ya es tarde, falta poco para que oscurezca y no creo que esté allá.- contestó Jacinto aún más preocupado al darse cuenta de que José era capaz de arriesgarse a andar sólo al oscurecer cerca del bosque.

-Espérame aquí, voy a buscarlo- dijo Chucho, ahora sí preocupado. -Mejor te acompaño, así podemos encontrarlo más rápido- contestó Jacinto siguiéndolo.

Juntos recorrieron la valla que delimitaba los terrenos de la granja hasta llegar a la zona mas apartada sin encontrar a José. Chucho observó el cielo donde los últimos rayos de sol pintaban de naranja y púrpura las nubes, luego escudriñó la espesura al otro lado de la valla, donde el bosque avanzaba hasta casi tocarla. -Incluso José sabe que es peligroso meterse al bosque, -pensó- no es tan estúpido para hacerlo de noche-. Luego, dirigiéndose a Jacinto, dijo: vamos al estanque otra vez. Alguien tiene que haberlo visto-.

Los gansos conversaban haciendo un gran alboroto mientras buscaban un lugar para pasar la noche cuando Jacinto y Chucho se acercaron al estanque. Jacinto le repetía a su hermano que era inútil preguntarles, pues él ya lo había hecho y no habían visto a José. Chucho, ignorando los comentarios, observó el estanque por un momento y luego se dirigió a la orilla opuesta rodeando los altos juncos que crecían al borde del agua. Jacinto lo seguía molesto sin entender qué hacía. Por fin, Chucho se detuvo junto a los juncos y preguntó: ¿alguno de ustedes ha visto a mi hermano?-. Jacinto, que casi tropezó con Chucho cuando este se detuvo repentinamente, miró sorprendido hacia los juncos y luego a su hermano sin entender aún lo que hacía. Chucho guardó silencio un momento y, al no obtener respuesta, se acercó un poco mas a los juncos que en esa parte crecían muy juntos formando una barrera que impedía ver el agua. Chucho repitió la pregunta con voz mas alta: -¿alguno de ustedes ha visto a mi hermano?

-Te oímos la primera vez, deja de gritar- fue la respuesta.

Entonces Jacinto comprendió y se adelantó para hablar con los patos silvestres que a veces pasaban la noche en el estanque.

-Disculpen a mi hermano, estamos buscando a José, nuestro hermano pequeño. ¿Alguno de ustedes lo ha visto hoy?

Todavía sin ver a nadie, Jacinto insistió. -Estamos preocupados porque José no ha regresado. Ya lo buscamos por toda la granja...-

Un ganso salió de entre los juncos interrumpiendo a Jacinto: -tu hermano se fue-.

-¿Dónde está?- preguntó Chucho.

-No se dónde está ahora. Pero creo que sé a dónde se dirige- contestó el ganso.

-¿Dónde está?-insistió Chucho.

-Estoy seguro que se dirige a la granja Manor- respondió el ganso.

-¿La granja Manor?- preguntó Jacinto-. ¿Porqué se iría José a ese lugar?, los rumores dicen que los animales allí se han vuelto locos...

-Tu hermano nos estuvo preguntando acerca de lo que ha pasado en la granja Manor, Jacinto,-dijo el ganso- y supongo que quiso observarlo todo por sí mismo. Hay muchos que piensan como él.

-¡Vamos Jacinto, tenemos que alcanzarlo!-dijo Chucho dando la vuelta y empujando a su hermano.

-Oigan, a esta hora ese cerdo debe ir muy lejos y ustedes no van a llegar a ninguna parte en mitad de la noche.- exclamó el ganso-.

-Entonces ayúdanos a encontrarlo, Rupert- dijo Jacinto, que finalmente había reconocido al ganso-. Tú puedes volar y cubrir más distancia que nosotros.-

El ganso miró a ambos cerdos por un momento antes de contestar: -No debería meterme en esto. No puedo asegurarles nada, pero volaré por el camino hasta la granja Manor.-

Fue Chucho el que contestó: -Gracias Rupert. Por favor encuentra a mi hermano.-

Rupert salió a campo abierto y, dando fuertes aletazos, se elevó volando hacia el camino que salía de la granja.

IV. El destierro

La madriguera y la manada eran para Boris todo su mundo. Sabía cual era su lugar en ese mundo y se sentía satisfecho. No había para él y su hermana Rufis ninguna preocupación en sus cómodas vidas. Bastaba con mostrarse sumisos ante sus padres para detener cualquier signo de agresión y para obtener atención y muestras de cariño. Lo que Boris no sabía aún, era que todo eso estaba a punto de cambiar.

Una tarde de verano, después de seguir a la manada por varias horas mientras perseguían a un viejo venado, notó que su padre, quien había encabezado la persecución durante la última hora, comenzaba a rezagarse para ceder su turno a uno de los lobos de segundo rango. Boris esperaba que Reda, el segundo al mando, se colocara al frente para continuar la cacería, pero el segundo no se adelantó de inmediato. Boris siguió trotando por unos minutos más esperando ver al segundo al mando tomar el lugar al frente del grupo, y cuando eso no ocurrió, se adelantó para acercarse al venado que ya les sacaba una buena distancia. Se esforzó aún más en una cuesta empinada y, viendo que el venado estaba al límite de sus fuerzas, dio un salto para morderlo en la pata trasera. El venado trastabilló y Boris lo soltó como había visto hacer a su padre muchas veces, y se detuvo por un momento, esperando que el cansancio de su presa hiciera el resto. Reda, el segundo al mando, pasó corriendo junto a él y mordió al venado en un costado causándole un gran corte por el que brotó sangre. El venado giró para enfrentar a Reda,.
 y Boris aprovechó el momento para volver a morder una de sus patas traseras, pero esta vez se aferró con fuerza. El venado cayó al suelo agitándose, pero Boris no lo soltó. Reda se aferró al cuello de la presa, mientras el resto del grupo los alcanzaba. Todo acabó rápido y Boris sintió la alegría de la cacería. Soltó a la presa y levantó la cabeza para buscar a su padre esperando ver esa mirada de orgullo que tantas veces le había brindado antes. Quería festejar con él el éxito de la cacería. Pero esta vez, su padre, el líder de la manada, el lobo más fuerte que Boris había conocido, pasó de largo junto a él sin mirarlo siquiera y se abalanzó sobre la presa con furia. Gruñendo y mostrando los dientes a los lobos que habían comenzado a desgarrar el vientre del venado, los obligó a retroceder imponiendo su jerarquía. Incluso le lanzó una dentellada a Reda, su segundo, dejando claro que no toleraría ninguna insubordinación. Reda aplacó la ira de su líder rodando sobre su costado y ofreciendo el cuello. Boris nunca había visto que su padre utilizara tanta violencia para imponer su autoridad a la manada, y menos con Reda, un aliado fiel desde que ambos eran apenas cachorros. Su padre se inclinó sobre la presa y arrancó un trozo de carne aún caliente. Los otros lobos se acercaron a la presa lentamente bajando la cabeza, gruñendo y gimiendo, le pedían autorización al líder para comer. Boris también se acercó a su padre para tomar un bocado, pero éste lo enfrentó mostrando los dientes. Boris ignoró la advertencia de mostrar sumisión al jefe y sufrió las consecuencias: su padre lo mordió en la oreja. Boris, sorprendido, se detuvo. Estaba a punto de retroceder mostrando respeto a su padre cuando sintió algo extraño. Erizó la piel de su cuello, bajó la cabeza y desafió a su padre con un gruñido. El jefe de la manada se lanzó sobre él mordiendo y empujando, obligándolo a retroceder. Su padre detuvo el ataque tan repentinamente como había empezado y entonces todo terminó. Boris sabía que ya no tenía ninguna oportunidad porque había visto antes cómo los machos jóvenes eran desterrados antes de que representaran una amenaza para el jefe de la manada. Al tomar el liderazgo en la cacería y desafiar a su padre frente a todos, Boris había firmado su propia sentencia. Estaba expulsado de la manada para siempre.

V. La Huida

José caminaba por el borde del camino atento a los sonidos y movimientos delante y detrás de él. Sabía que debía ocultarse de cualquiera que pasara, pues siempre existía el peligro de que lo atraparan y lo llevaran a otra granja. Durante varios días estuvo planeando la manera de escaparse de la granja. En realidad, lo más difícil no era salir, sino hacerlo sin ser visto. Con tantos ojos observándolo todo durante el día, la única opción era salir por la noche. Ahora que lo había logrado se sentía emocionado y sólo quería llegar al lugar donde por fin sería libre: la granja Manor.

De acuerdo con lo que le habían dicho los patos, la propiedad del viejo Manor estaba a 16 kilómetros. Tenía que seguir el camino abajo hasta el río, después de atravesar el puente que lo cruza sólo debía doblar a la derecha y continuar por un sendero estrecho entre el bosque y un campo de maíz. Parecía sencillo.

Por fin, después de muchos sobresaltos y algunas pausas para ocultarse cuando alguien pasaba por el camino, José pudo ver el puente sobre el río. Sabía que ya estaba cerca de su destino y se sentía más feliz que nunca. Sin embargo esperó un momento antes de cruzar para escuchar atentamente pues una vez que estuviera en el puente sería imposible ocultarse.

viernes, 31 de enero de 2014

Los Tres Cochinitos y el Lobo. Primera Parte


I. LA GRANJA

Chucho, Jacinto y José eran hermanos. Chucho era el mayor de su camada, nació 17 minutos antes que Jacinto y 22 antes que José, que fue el último en nacer.

Los tres cerditos vivieron su infancia junto a su madre en una granja donde también había ovejas, gansos, vacas, gallinas y caballos.

Cuando los cerditos aún eran pequeños fueron separados de su madre para que ésta tuviera otra camada. Desde ese día Chucho asumió la responsabilidad de cuidar a sus hermanos más pequeños. La separación temprana también provocó que fueran muy unidos entre sí.

Mientras pasaban sus días buscando comida en los alrededores de la granja y conviviendo con los demás animales, cada cerdito fue desarrollando su propio carácter.

Cuando Chucho no estaba vigilando a sus hermanos, se acercaba a la casa del granjero, que por esos días realizaba obras de construcción para ampliar su propiedad. Para Chucho era muy interesante ver cómo el granjero mezclaba los materiales de construcción en la proporción correcta y colocaba cada ladrillo cuidadosamente para ir levantando un nuevo muro. Para sus hermanos era extraño que Chucho pasara tanto tiempo con el granjero y se burlaban de él cuando regresaba al corral cubierto de polvo rojo de los ladrillos y restos endurecidos de cemento.

Chucho no hacía caso de sus burlas y cuestionaba a sus hermanos sobre dónde habían pasado el día. Para él, antes que nada, estaba la responsabilidad de hermano mayor. Siempre que acudía a ayudar a alguno de sus hermanos, o se veía obligado a reprenderlos por alguna falta, recordaba lo último que escuchó de su madre antes de que el granjero se la llevara al pueblo: "Chucho, tú eres el mayor y tus hermanos sólo te tienen a ti. Cuídalos por mí."

Aunque Chucho quería a sus hermanos, a veces no comprendía cómo podían ser tan despreocupados e irresponsables."Si por lo menos se cuidaran un poco más", pensaba cuando los veía alejarse del corral por la mañana.
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Para Jacinto la vida se trataba de relajarse y aprovechaba cualquier oportunidad para hacerlo. En verano disfrutaba de largos baños en la orilla lodosa del estanque de los gansos, mientras que en invierno pasaba su tiempo en el patio de las gallinas, durmiendo a menudo en el cálido gallinero.

Le gustaba conversar con los otros animales de la granja y era muy popular entre todos por su carácter agradable. No le gustaban los conflictos y no hacía caso a los chismes y habladurías que eran tan comunes entre los habitantes de la granja. Estaba al tanto, por ejemplo, de los comentarios de los perros, que lo calificaban de flojo.

Un día conoció a uno de los perros pequeños que la esposa del granjero mantenía dentro de la casa. El perro faldero le contó cómo su dueña lo cargaba en brazos mientras le daba de comer toda clase de delicias en la cocina y cómo dormía en una pequeña cama con cojines junto a la chimenea de la sala. Eso le parecía increíble y deseó poder experimentarlo alguna vez.

Jacinto recordaba el día que se llevaron a su madre como el más triste de su vida. Sin embargo, también sentía que fue entonces cuando se dio cuenta de que era parte de una familia. Aunque tenía muchos amigos en la granja, sus hermanos seguían siendo su familia.
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José era el más pequeño de los tres, pero no era precisamente un cochinito lindo y cortés. Nunca perdonó a su madre por haberlos dejado solos y odiaba al granjero por llevársela.

A José la vida en la granja se le antojaba aburrida y sin sentido. Para él todos los animales de la granja (incluyendo sus hermanos) vivían presos del granjero, quien decidía todo lo relacionado con sus miserables existencias.

Acostumbraba observar a los gansos salvajes que en ocasiones se detenían en el lago para descansar durante su viaje al sur y siempre se imaginaba a sí mismo volando lejos de los límites de la granja. Ansiaba conocer otros lugares donde no hubiera vallas ni límites, donde no tuviera que pelear con otros animales por la comida.

El desprecio que José sentía hacia los otros animales de la granja por vivir sometidos a la voluntad del granjero, se traducía en un trato rudo hacia ellos. Ese trato no pasaba desapercibido para los demás y trajo como consecuencia que José se convirtiera en un solitario. Soledad que sólo se veía interrumpida por la convivencia con sus hermanos.

II EL BOSQUE

Desde que Boris tenía memoria había estado con su familia. No recordaba ni un solo día en que no estuviera acompañado por lo menos por un miembro de su manada.

Siendo hijos del jefe de la manada, Boris y su hermana Rufis disfrutaron de un trato especial por parte de los lobos de menor rango desde que abrieron los ojos y salieron de la vieja madriguera.

Pasó sus primeros días de cachorro jugando y conociendo los alrededores de la madriguera que se encontraba al pie de un viejo árbol muerto. Aprendió a cazar persiguiendo y acechando a Rufis mientras su madre los vigilaba a ambos de cerca.

Cuando tuvo edad suficiente sus padres lo llevaron al bosque para que los acompañara en la cacería. Al principio la manada lo dejaba oculto junto a su hermana, mientras acorralaban a la presa, pero les permitían salir y participar en la matanza. Para Boris, recorrer el bosque junto a sus padres era lo mas divertido. En esas correrías su padre le mostraba cómo seguir el rastro de olor dejado por un conejo, sin perderle aún al cruzar un arroyo. Mientras que su madre lo llevaba silenciosamente a los arbustos donde los venados escondían a sus cervatos, tan cerca que podían escuchar su respiración.

A medida que crecía aprendía a amar el territorio que su manada dominaba. Aquella enorme extensión de bosque y pradera con arroyos era su hogar y Boris era feliz en él.

sábado, 30 de noviembre de 2013

La Muerte II

-Al final, ¿que soy?: ¿una mala persona pretendiendo que soy más bueno que los demás?.-pensó. 
El hombre levantó la cabeza para ver el reloj que estaba sobre la mesa. Eran las 4:15. Eso significaba que llevaba mas de una hora reflexionando. 
-O soy simplemente una buena persona que ha hecho cosas terriblemente malas.- pensó mientras recogía el arma de la cama donde la había dejado. 
-¿Quién soy?.-se preguntó.-Bueno, supongo que nunca lo sabremos realmente.-se dijo en voz alta colocando el arma a la altura de su sien derecha. Después de un último suspiro jaló del gatillo.

La Muerte

Sabía que el hombre agonizaba. Tomó su mano y se inclinó para hablarle.

-No tengas miedo. Los seres de Luz, tal vez alguien a quien conozcas, te estarán esperando para recibirte. Descansa ahora. No te resistas. Ellos te guiarán y te cuidarán.-

El hombre cerró los ojos, suspiró largamente y luego movió los labios como para decir algo imperceptible y finalmente murió.

-¿Por qué le dijiste eso?. Tú no crees en nada.- le cuestionó la mujer.

Él sostuvo la mano del hombre por un momento y luego la dejó suavemente sobre su pecho. Al fin enfrentó a la mujer:

-Yo no creo en nada, pero el sí.-

viernes, 29 de noviembre de 2013

Acerca del Maestro y su Discípulo



NUEVE 

Discípulo: “Maestro, en la lección de hoy sobre el perdón nos hablaste de la necesidad de perdonar aquello que nos haya lastimado. Pero, ¿se puede olvidar el dolor?”

El Maestro miró a su discípulo por un momento y luego contestó: “¿Puedes recordar todo aquello que te ha lastimado a lo largo de tu vida?, ¿cada espina clavada, cada golpe recibido, cada insulto y cada traición?, ¿podrías ahora mismo nombrar a cada persona que te  provocó dolor a lo largo de la vida?”

Discípulo: “Claro que podría recordar a quienes me causaron dolor y en el modo en que lo hicieron. No significa que no haya perdonado algunas cosas pero, no lo he olvidado.”

Maestro: “Desde que respiramos la primera bocanada de aire al nacer sentimos dolor. El dolor de dejar el cálido ambiente que nos protegió al principio para enfrentar la fría, desconocida y amenazante vida. El dolor de sentir hambre y soledad al separarnos de nuestra madre. El dolor del primer rasguño que nos provocamos nosotros mismos sin saberlo. El dolor del golpe en aquella primera caída cuando aprendíamos a caminar. El dolor de la quemadura en la boca por no saber que la comida caliente puede lastimar. Sufrimos todo eso, ¿puedes recordarlo?”

Discípulo: “No, por supuesto que no. Pero eso no es lo mismo que el dolor que experimentamos más adelante en la vida. Recordamos lo que más nos lastimó...

Maestro: “Es posible, pero, ¿no somos nosotros mismos quienes decidimos los recuerdos que guardamos?”

Discípulo: “Si, claro”

Maestro: “Entonces también podemos decidir olvidar aquello que nos provocó dolor.” 


OCHO

Maestro: Veo que estás muy pensativo esta tarde. Perdona que interrumpa tu meditación, pero me parece que hay algo que te preocupa, mi querido discípulo.

Discípulo: No te equivocas, Maestro. He estado pensando en lo que sucedió ayer en la aldea. Un grupo de hombres estuvieron discutiendo en la calle, después de unos momentos empezaron a insultarse y terminaron peleando a golpes. Fue muy impresionante.

Maestro: Siempre es lamentable presenciar una pelea. Pero, ¿qué es lo piensas de eso?

Discípulo: Bueno, no sé por qué empezaron a discutir aquellos hombres pero no creo que haya valido la pena llegar a la violencia. ¿No opinas lo mismo?

Maestro: La violencia nunca será la solución a ningún problema. Ahora bien, la lucha de un hombre es tan individual como sus razones. ¿Por qué razones estarías dispuesto a luchar tú?

Discípulo: Pero ¿no acabas de decir que la violencia no es la solución a ningún problema?

Maestro: Si, pero no todas las luchas implican violencia.


SIETE

Discípulo: Maestro, he pensado mucho en la lección de hoy acerca de enfocarnos en el presente. Y algo que no entiendo es que debemos olvidar el pasado. ¿Tú nunca piensas en lo que has hecho?

Maestro: Bueno, sin duda he tenido una larga vida y tengo muchos recuerdos.

Discípulo: Entonces si tú mismo no has olvidado tu pasado. ¿Por qué dices que debemos enfocarnos en el presente?

Maestro: Detengámonos un momento. Ahora demos la vuelta y observemos las huellas que hemos dejado en el sendero de arena mientras caminábamos. ¿Puedes regresar por este camino poniendo tus pies exactamente en el mismo lugar en el que dejaste tus huellas sin mover un solo grano de arena?

Discípulo: Bien sabes que eso es imposible. Si quisiera caminar sobre mis propias huellas tendría que mover la arena del sendero.

Maestro: Es verdad. Ahora miremos nuevamente el sendero que aún no hemos recorrido. ¿Puedes ver tus huellas sobre la arena?

Discípulo: ¿Cómo podría ver mis huellas si, como tú has dicho, aún no hemos caminado por esa parte del sendero?

Maestro: Exactamente. Ahora dime mi querido discípulo: ¿cuánto tiempo ha pasado mientras estabas detenido viendo un sendero que ya no podías recorrer y otro que aún no has recorrido?


SEIS

Discípulo: Maestro, ayer nos dijiste que la fortaleza de nuestro grupo sólo será plena si nos unimos todos: débiles y fuertes. Pero yo creo que la fortaleza del grupo debe ser la suma de las fortalezas individuales.

Maestro: Bien, vamos a meditar un poco en eso mientras caminamos. ¿Podrías pasarme mi bastón de bambú, por favor? Me gusta este bastón. Me lo regaló un viejo amigo y ha estado conmigo por mucho tiempo. Es fuerte y ligero. Pero mira cómo se ha agrietado en la base tras años de apoyarme en él.

Discípulo: Entiendo lo que quieres decir. El bambú es fuerte pero también puede ser débil, ¿no es cierto?

Maestro: Si, así es. Ahora, ¿qué opinas de esta brizna de hierba seca?

Discípulo: Evidentemente no es tan fuerte como el bambú…

Maestro: Es verdad, sólo bastan mis dedos para romperla. Pero, ¿qué pasaría si unimos suficientes tallos de hierba para hacerlos tan fuertes como el bambú?

Discípulo: ¿Entonces la fortaleza de un grupo es la suma de las debilidades individuales?

Maestro: No he dicho eso exactamente. ¿Has observado cómo construyen los aldeanos sus chozas? Sobre un armazón de bambú colocan haces de hierba atados entre sí. Nunca subestimes la debilidad ni sobreestimes la fortaleza mi querido discípulo.


CINCO

Discípulo: Maestro, yo siempre escucho gente que dice que el optimismo es esencial para la vida. Pero, creo que no es posible ver todo con optimismo siempre. ¿Tu qué opinas?

Maestro: Vamos a dar un paseo por el jardín mientras pienso en esto. Ahora, mi querido discípulo mira a tu alrededor y dime: ¿qué ves?

Discípulo: Bueno, veo nieve por todas partes. Dado que es una tarde nublada, veo todo gris y un poco oscuro ...

Maestro: Déjame decirte lo que veo. Bajo la nieve veo el jardín. Puedo ver las mariposas, puedo oír el canto de los pájaros y hasta puedo oler las flores y sentir la hierba bajo mis sandalias. Ahora, estoy siendo optimista o es sólo que sé que el invierno terminará algún día y la primavera vendrá como ha sucedido desde el principio de los tiempos?

Discípulo: Entonces, ¿estás diciendo que el optimismo es posible sólo si sabes lo que va a pasar?

Maestro: Estoy diciendo que, de hecho, el jardín está ahí, no importa si es invierno o primavera. Depende de ti ver bajo la nieve, mi querido discípulo.


CUATRO

Discípulo: Maestro, esta mañana vi a una anciana muy pobre pidiendo dinero en la calle. Busqué algunas monedas en mi bolsillo para dárselas pero no tenía ninguna y eso me hizo sentirme muy mal.

Maestro: ¿Por qué te sentiste mal?

Discípulo: Porque quería ayudarla y no pude hacerlo.

Maestro: Conozco a la anciana que viste. Vive cerca del monasterio y con frecuencia viene a recoger las sobras de la comida. Si quieres puedo indicarte donde vive. Tal vez en tu tiempo libre puedas ir a ayudarle preparando su comida, limpiando su choza o simplemente pasando tiempo con ella.

Discípulo: Yo quisiera hacerlo, pero con mis estudios y las obligaciones en el monasterio casi no me queda tiempo.

Maestro: Entonces mi querido discípulo, tal vez deberías buscar en tu bolsillo algo más que monedas.


TRES

Discipulo: Maestro, ¿cómo te gustaría ser recordado después de morir?.

Maestro: Lo que yo quiera respecto a eso no importa. Verás mi querido discípulo, la forma en que la gente me recuerde es su prerrogativa. La forma en que yo recuerdo mi vida es la mía.


DOS

Discípulo: Maestro, ¿le tienes miedo a la muerte?.

Maestro: Yo?, no. No quiero morir, como supongo no lo quieren todos los demás. Y tú, mi querido discípulo, ¿le tienes miedo a tu final?.

Discípulo: No sé. No sé qué hay después de la muerte.

Maestro: Esa es una buena razón para no tener miedo, no crees?. Además, ya descubrirás que es el camino lo que importa, no el final.


UNO

Discípulo: Maestro, quiero saber. Por favor, enséñame.

Maestro: Sé humilde, entonces aprenderás.

Discípulo: ¿Qué voy a aprender?

Maestro: Aprenderás a ser humilde, mi querido discípulo.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Me lo contaron (19-Feb-2012)


Un duende me contó que una hada le dijo que escuchó a un gnomo cuando hablaba con un fantasma acerca de dos nahuales que decían conocer a un espíritu conocido por tener relación con brujas y extraterrestres que hacían viajes astrales a la cuarta dimensión sobre carruajes jalados por unicornios que eran guiados por Pie Grande y un enorme Yeti mientras un Chupacabras lanzaba cuarzos mágicos a su paso para protegerlos del mal de ojo, las malas vibras, los chakras bloqueados y la mala suerte provocada por la alineación de planetas. Yo no creí mucho en todo eso porque soy escéptico. Después de todo, ¿quién puede creerle a un duende en estos días?.